El retrato realizado por Annie Leibovitz a los Reyes de España, Felipe VI y Letizia, expuesto en la muestra “La tiranía de Cronos” en el Banco de España de Madrid, es un díptico que presenta dos imágenes separadas pero que funcionan tanto por separado como de manera conjunta. Si las unimos, el díptico se transforma casi en una panorámica, un formato que puede recordar al de un carrusel de Instagram, una serie de imágenes que solo pueden ser entendidas al ir pasando de una a otra. Este recurso visual también hace referencia a un formato clásico de la pintura, el díptico, adaptado al lenguaje contemporáneo de las redes sociales, lo que aporta un interesante juego entre lo clásico y lo moderno. Esta obra se añade al conjunto de efigies (representación de un personaje) de la institución, que tiene una colección extensa de figuras destacables en la historia y ha costado un total de 137.000 euros.

El retrato realizado por Annie Leibovitz a los Reyes de España, Felipe VI y Letizia es un díptico que presenta dos imágenes separadas pero que funcionan tanto por separado como de manera conjunta.
Annie Leibovitz es una de las fotógrafas más influyentes del siglo XX y XXI, reconocida por sus retratos icónicos de celebridades. Su estilo se caracteriza por una iluminación meticulosa y una narrativa visual poderosa. Ha trabajado para revistas tan importantes como Rolling Stone, Vanity Fair y Vogue y ha capturando imágenes memorables a personalidades tan importantes como a Angelina Jolie, John Lennon, Rosalía, Penélope Cruz, Salma Hayek, Obama, la reina Isabel de Inglaterra o Hillary Clinton.
Este trabajo es un hito en la historia de la fotografía española, ya que Leibovitz es la primera artista en utilizar la fotografía como medio para retratar a los monarcas españoles, una tradición que históricamente se había hecho con la pintura en una institución tan destacada como es el Banco de España. Desde hace más de dos siglos, se ha solicitado a artistas que retraten a los monarcas y a los responsables del Banco de España, pero hasta ahora, la fotografía no había sido parte de este proceso. Este cambio de técnica eleva a la fotografía a la categoría de arte mayor, un estatus que le ha costado alcanzar. Al igual que Velázquez en Las Meninas, que con su autorretrato dignifica la labor del pintor, Leibovitz dignifica a la fotografía en este retrato real.
Algo crucial en este encargo es la libertad creativa total otorgada a la fotógrafa, lo que le permite ofrecer no solo una visión personal de los retratados, sino también una reflexión sobre la monarquía española. El retrato, como género, tiene una capacidad única de mostrar la apariencia, la clase social, y la psique del personaje que mostramos, pero un retrato también puede ser autorrepresentativo. En ocasiones, un retrato puede contar más del fotógrafo, que de la persona a la cual está representando, lo que hace que esta obra tenga una doble lectura, tanto de los monarcas como de la artista. Es algo bastante común en la historia del arte que grandes artistas aprovechen ciertos encargos para añadir a su obra su propia visión del mundo, a menudo camuflada entre lo políticamente correcto.
En ocasiones, un retrato puede contar más del fotógrafo, que de la persona a la cual está representando, lo que hace que esta obra tenga una doble lectura, tanto de los monarcas como de la artista.
La imagen se tomó en el Salón Gasparini del Palacio Real. En la primera, vemos al rey vestido de uniforme de Capitán General del Ejército de Tierra; en la siguiente, a la Reina con un espectacular vestido con una capa de gala, ambas firmadas por Cristóbal Balenciaga. La reina Letizia luce dos piezas fundamentales del joyero de la dinastía Borbón: un collar de chatones y unos pendientes que pertenecen al lote de joyas de pasar, y que la reina Victoria Eugenia dejó escrito que debían quedar en la casa Borbón. Además de estos tesoros históricos, en el dedo índice de la mano izquierda de la reina no podía faltar su anillo de Coreterno, que su marido e hijas le regalaron. En cuanto al Rey Felipe VI, este aparece con el uniforme de gran etiqueta de Capitán General del Ejército de Tierra, una vestimenta solemne que ha llevado en numerosos actos oficiales. Este uniforme incluye la guerrera azul marino con botones dorados, el fajín rojo que lo identifica como jefe supremo de las Fuerzas Armadas y un conjunto de condecoraciones que refuerzan su simbolismo institucional, como la insignia del Toisón de Oro con el vellocino o el collar de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III.
En cuanto al aspecto formal de las imágenes, observamos cómo Leibovitz utiliza un gran angular, una elección técnica que distorsiona las líneas del entorno, especialmente en la imagen de Felipe VI. Este uso de la lente gran angular podría estar buscando alterar la percepción del espacio para transmitir una sensación de irrealidad, incomodidad o tensión, en un espacio solemne que se convierte en algo ligeramente distorsionado. Este tipo de distorsión podría sugerir una ruptura con las estructuras tradicionales o la percepción que se tiene del poder, un elemento que añade una dimensión simbólica poderosa a la fotografía. ¿Qué significa que el entorno donde se encuentra el monarca esté alterado y distorsionado?
La diferencia en el tratamiento del balance de blancos y la luz entre ambas fotografías es evidente. Mientras que Felipe aparece en una atmósfera fría, con tonalidades verdosas y una puerta oscura detrás, Letizia se encuentra en un entorno cálido, iluminado por luz natural. Este juego de tonalidades y elementos puede sugerir una dualidad entre los dos monarcas: la frialdad institucional frente a la calidez y cercanía de lo humano.

Es interesante observar también cómo la figura de Felipe VI, con su postura erguida, crea una estructura rectangular, una figura que podría simbolizar la estabilidad o la firmeza del poder. Sin embargo, una de sus manos reposa sobre la mesa, lo que parece transmitir un sutil deseo de sostenerse, como si algo estuviera en riesgo de desmoronarse. Esta acción podría ser interpretada como una metáfora de la fragilidad del poder, a pesar de la apariencia de solidez. Además, el hecho de que el pie de Felipe VI esté casi cortado en la parte inferior, también aporta cierta sensación de tensión o vulnerabilidad. Es evidente que todas estas cuestiones son decisiones conscientes de la autora.
Por otro lado, Letizia, que aparece más relajada y en escorzo, viste un vestido de Cristóbal Balenciaga, y su figura crea una forma triangular, que puede ser interpretada como un símbolo de flexibilidad o fluidez. Además, el rojo de su vestido contrasta con el verde de Felipe, una elección cromática que recuerda a los maestros flamencos, donde el rojo suele simbolizar fuerza y pasión.
Un detalle particularmente interesante es la mirada de Letizia, que está fija en el espectador, mientras que la mirada de Felipe VI no lo está. Letizia, con su mirada directa, parece establecer una conexión personal con el observador, invitándole a involucrarse emocionalmente en la imagen. Esta mirada puede interpretarse como un símbolo de cercanía, accesibilidad o incluso una afirmación de su propio rol y protagonismo dentro de la institución monárquica, un contraste con la postura más distante de Felipe VI. Por otro lado, Felipe, cuya mirada está desviada hacia otro punto, puede estar representando la distancia o la formalidad inherente al rol del monarca. Su postura, más rígida y su mirada ausente, puede estar asociada con la obligación de mantener una imagen de poder distante. También es importante señalar que la evidente diferencia de altura de los monarcas (Felipe mide 1,97cm y Letizia 1,68cm) están igualadas en esta imagen. De alguna manera, hacer más alta a la reina en esta imagen es una manera de añadirle mayor importancia. Esto ya se hacía desde el arte románico, donde el tamaño de las figuras marcaba la importancia de éstas.

La luz también juega un papel importante en la composición. Letizia recibe una luz natural de contra y un aporte de luz que pareciera ser de un flash de relleno, lo que la ilumina con una calidez que contrasta con la frialdad que emite la imagen de Felipe VI, cuyas tonalidades verdosas evocan una atmósfera más fría, quizás vinculada con el formalismo y la tradición. Este contraste de luces refuerza las diferencias simbólicas entre los dos personajes. Además, la silla que los separa, mirando hacia Letizia, añade otra capa de distanciamiento entre ellos, subrayando una posible separación no solo física, sino también simbólica, en la representación de sus roles dentro de la monarquía.
Todas estas diferencias en la representación de Felipe y Letizia podrían reflejar las diferencias en sus orígenes: Felipe VI, de sangre real, representando la estabilidad de una monarquía tradicional, y Letizia, de origen más humilde, destacando una apertura hacia lo moderno. Este contraste también podría aludir a la transición de la monarquía española hacia una imagen más contemporánea, en la que ambos personajes, aunque provenientes de mundos diferentes, se complementan.
Es importante señalar que, como fotógrafa y mujer, Annie Leibovitz ha trabajado a lo largo de su carrera con una perspectiva que se puede considerar feminista. Sus retratos han desafiado convencionalismos de género y poder, representando a mujeres de forma compleja, empoderada y auténtica. Esta visión se refleja claramente en su tratamiento de Letizia, quien, a diferencia de Felipe VI, parece ocupar un lugar de mayor proximidad y humanismo en la imagen. Leibovitz no solo retrata a una reina, sino que nos muestra a una mujer que, a través de su mirada directa y su postura relajada, parece conectar más con el espectador, sugiriendo una figura más accesible y cercana, pero sin perder su dignidad real. Este enfoque resalta la capacidad de Leibovitz para explorar la identidad femenina en un contexto de poder.
Es importante señalar que, como fotógrafa y mujer, Annie Leibovitz ha trabajado a lo largo de su carrera con una perspectiva que se puede considerar feminista. Sus retratos han desafiado convencionalismos de género y poder, representando a mujeres de forma compleja, empoderada y auténtica.
El uso del espejo, que aparece en la imagen, nos remite a una larga tradición en la historia del arte. En muchas obras clásicas, el espejo no solo refleja a los personajes, sino que actúa como un símbolo de la verdad o de la introspección. En este caso, el espejo podría estar invitando a la reflexión sobre la representación y la realidad. El entorno contribuye al simbolismo del retrato, con elementos como un reloj en la composición. Este detalle podría aludir al paso del tiempo o al peso de la historia sobre la monarquía. Hay que tener en cuenta que la estructura monárquica es una institución muy antigua y popularmente se llega a sentir, en ocasiones, como un sistema arcaico y poco representativo del mundo actual en el que vivimos. Además, la monarquía española se ha resentido públicamente en los últimos años por ciertos escándalos relacionados a Juan Carlos I, el anterior monarca. Hay otro elemento interesante a comentar, que es la silla que está situada entre los dos, se podría entender como un trono a ocupar, mirando hacia Letizia, quizás haciendo una alusión al traspaso de poder del hombre a la mujer, ya que la sucesora de Felipe es la princesa Leonor.
La ventana con luz podría simbolizar apertura, claridad, optimismo y conexión con el exterior, reflejando a Letizia como una figura moderna y cercana, con raíces “del pueblo”. La luz natural podría reforzar su papel como reina consorte en una monarquía que busca renovarse y adaptarse a los tiempos actuales.
Por otro lado, la puerta oscura tras Felipe podría simbolizar lo opuesto: un vínculo con la tradición, el pasado y los desafíos oscuros de la monarquía como institución. Esto podría evocar el peso histórico que recae sobre el monarca y su rol como garante de la continuidad y estabilidad.
Finalmente, la decoración del Salón Gasparini, con su estilo rococó, y los elementos orgánicos que parecen apoderarse del espacio, como una especie de yedra que se enreda en el ambiente, dan una sensación de que la naturaleza está tomando lentamente el control del lugar, quizás simbolizando la transitoriedad del poder o la inevitabilidad del cambio. Esto se suma a las tensiones visuales y simbólicas de la obra, que nos invita a preguntarnos sobre el papel de la monarquía en la actualidad, y sobre la visión personal de Leibovitz sobre los personajes que retrata.
Un aspecto clave que no puede pasar desapercibido en el análisis de esta obra es el estilo pictórico de Leibovitz. Sus fotografías se encuentran en un punto intermedio entre la fotografía y la pintura, una característica que la define como artista. Esta manera de entender la fotografía fue ampliamente estudiada durante el siglo XIX, donde el famoso movimiento pictorialista trataba de emular la estética de la pintura, con figuras como Oscar Gustav Rejlander. En la obra de Leibovitz el uso de la iluminación, la composición y la puesta en escena le otorgan a sus retratos un acabado pictórico, donde cada imagen parece más una pintura cuidadosamente construida que una fotografía documental. Este enfoque no solo enriquece la lectura visual de la obra, sino que también posiciona la fotografía de Leibovitz como un vehículo de expresión artística que trasciende las limitaciones del medio. Esta característica de su trabajo refuerza la idea de que la fotografía no solo puede ser un documento, sino una forma de arte en la misma línea de la pintura, donde el fotógrafo se convierte en un narrador visual que, al igual que un pintor, construye una realidad que invita a la reflexión.
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